lunes, 4 de julio de 2016

Recordando la vida del Lazarillo de Tormes en el 2016


Sinceramente, el pasado domingo y semanas anteriores, tuve mis grandes dudas sobre a quién debía de ofrecer mi voto más allá de las promesas electorales y políticas de cada uno de los líderes de partidos; más allá de mi condición humana siempre errante y confusa, siempre en la búsqueda de la verdadera esencia del sentido del “Ser”; y más allá de mis ideales en beneficio de la humanidad hoy, como si el cristal inmaculado de mis nuevas gafas compradas en Optica F&A Vision por recomendación de un gran amigo de Madrid capital comenzaran a mutar mi visión del panorama social de mi querida España, observo un fenómeno extraño y esperanzador, al menos son mis sensaciones, mi intuición esa que siempre me acompaña y jamás me abandona cuando creo haber dado un traspié. 

Hoy, tras estos comicios, me disgusta y me entristece el punto exacto al que se tuvo que llegar para derrochar economía nacional, con nuevas votaciones y gastos electorales desmedidos tal vez evitables, causado por desencuentros entre líderes y equipos de trabajo para resolver los pactos de gobierno necesarios con los que equilibrar a un país, motivos estos contrarios al interés de la nación española cuando el verdadero objeto del Gobierno debería de ser el que se reflejó en la primera Constitución firmada en Cádiz y aprobada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, razón de su denominación: la Pepa, donde se leía en su artículo XIII del Primer Capítulo que: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen”. 

Hoy a pesar de la tristeza por los derrotados, y mientras de fondo me deleitan las musas y mis espíritus gozan con mis avances, por mi nuevo lecho, por mi nueva ciudad y residencia, por mi familia construida entorno al amor a tres estrellas, me sumerjo en el sentimiento de los estratos pintorescos y contenidos del folclore de un sistema socio-político que, en un país que se precia, continúa cambiando a pesar de la invidencia, el atraso, la ofuscación, la terquedad y la perturbación de quienes no desean el diálogo, el progreso y la libertad. Pueden ser de cualquier color. 

Más allá de la embriaguez heroica de un triunfo inesperado he observado pacientemente, en la generalidad de unos acontecimientos, un relieve abrupto con muchas asperezas entre hermanos de raza por sus ideologías políticas encontradas, romas herramientas de trabajo y desafiantes amenazas de opresión encubiertas; aún así el extraordinario éxito de la soberanía de un pueblo, aún con las críticas más ácidas en su contra, acaba eligiendo la emancipación del poder más deslumbrante, el menos malo quizás - no lo sé el tiempo lo desvelará -, el más razonable que tras el peor mandato de la historia político-social en España tuvo que redirigir, revalorizar y evitar catástrofes mayores, o eso se dice. La realidad que sopla, acallándose por razones de casta pero gritando por razones de libertad, no es otra que la bienaventurada independencia que el destino ofrece en el juego de azar en el que se convierten, para el ciudadano de a pie, unas nuevas Elecciones Nacionales en pocos meses - por vez primera en la historia -, elecciones que se espera repare el presente y despliegue nuevas velas dirigidas por un capitán ocupado en navegar por mansas aguas los nuevos cambios que, frente a un futuro aún incierto de un país en Democracia, se avecinan. 

Llegué a leer el pasado domingo en una red social: “Todo por la campaña del miedo del Sr. Rajoy. No es por otra cosa.”

Creo que, sin defender al aún Presidente del Estado en funciones o favorecer las posturas de otros ideales contrarios a los suyos, más que miedo al Sr. Rajoy es pánico al servilismo de los sistemas antidemocráticos como son los comunistas, para muchos los herederos de la vergüenza y la sin razón, aunque la picaresca en un país ladino como es el nuestro sea patrimonio de cualquier tendencia de ideales o de cualquier hijo del pueblo. 

Si se piensa que la cultura siempre ha estado en el regazo de los revolucionarios, junto a quienes siempre han buscado el candil con el que iluminar las oscuridades entre las tinieblas, junto a quienes han buscado pulimentar su espíritu gestando buenas acciones, junto a quienes han ayudado a tener esperanzas y luchar por las utopías pero sin los desbaratadores extremismos rodeados del olor de los naranjos junto a jazmines y azahares, con toda seguridad se está en la certeza a pesar de que haya que reconocer que siempre, ésta, la cultura se ha codeado con ambas manos: la mano derecha y de la mano izquierda cuando cada cual han deseado soñar con un mundo mejor, con la felicidad de un sueño revelador por cumplir. 

Hoy tras la caída de varias Agrupaciones Políticas que con la identidad de Partidos se reconocen en el yermo territorio de la derrota, en el fecundo camino de la reflexión, en el gazapo de la venta del oso antes de su caza, en el despilfarro de insultos y atentados al honor del resto de votantes que no les votaron, sin respeto ni honor por la derrota ... y tras oír a Albert Rivera en su comparecencia decir que la “Ley Electoral” - la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de Junio, del régimen electoral general - necesita un cambio necesario para que la lista más votada sea la que gobierne sin necesidad de pactos, se me viene a la cabeza, después de tanto machaque con eslóganes de poder que al final no pueden en gratitud a la cautela del pueblo y a la memoria histórica cercana en otros países de Latinoamérica, un pasaje de “La vida del Lazarillo de Tormes” ese anónimo muchacho del siglo XVI que reflejaba en sí mismo el impío y satírico bosquejo de la sociedad del momento, una humanidad viciada e hipócrita que parece seguir reinando en nuestros días. 

Se lee en el Lazarillo: 

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. 

Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa, y se iba a la mañana. 

Otras veces de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. 

Yo al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi que con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne, y en el invierno leños, a que nos calentábamos. De manera que, continuando con la posada y conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro de mi padre trebejando con el mozuelo, como el niño veía a mi madre y a mí blancos, y a él no, huía de él con miedo para mi madre, y señalando con el dedo decía: "¡Madre, coco!" 

Respondió él riendo: "¡Hideputa!" 

Yo, aunque bien muchacho, noté aquella palabra de mi hermanico, y dije entre mí: 

"¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!"

En fin, España que cuenta con un sistema multipartidista no debe de sumirse en los abismos de la desesperanza porque haya quienes no se vean a sí mismos tratando de hundir la flota más que de ayudar.

Solo espero que la Inquisición no resurja del pasado en un país con libertad de expresión y purgue este boceto de pensamientos sobre la necesidad o no de servilismo, como lo hicieron con el Lazarillo de Tormes varios amos del poder en aquel momento reinantes; espero que esta necesidad de salir de las sombras en la que nos sumimos desde el peor mandato de la historia de la democracia sea extinguida en la inmediata era político-social y que la necedad de algún que otro diseño político se esfume entre aromas a primavera porque, "¡Cuantos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!"

Madrid, 27 de junio, 2016